viernes, 1 de febrero de 2008

Cuadernos

Ella tiene un cuaderno de tapa dura. Donde escribe cada cosa que se le cruza por la cabeza. Y hace los bocetos imaginarios de un tren que algún día va a cargar de objetos inútiles para desprenderse de ellos.
Y escribe también en su cuaderno de tapa dura (que vamos a declarar roja, para hacer menos abstracta la idea de un cuaderno de tapa dura) las sensaciones que se le vienen de adentro cuando menos las espera, prometiendose retomarlas la semana siguiente para darle froma de cosa que se le cruza por la cabeza y que entonces, no pierda sentido el concepto de cuaderno de tapa dura donde ella escribe cada cosa que se le cruza por la cabeza.
Si de pronto se le da por olvidar las cosas más inmediatas, y se olvida (decide) no volver sobre esos sentimientos escritos para tranformaslos en ideas; entonces, ellos se salvan.
Si alguna vez se subió al 65 en Chacarita y al abrir su morral se dió cuenta que el cuaderno de tapa dura no estaba, no se precipitó. De seguro estaría en casa, al lado de la cama, abajo de algún libro de Hemingway que era lo que se le había dado por leer, sosteniendo la persiana. No sabía. Pero estaba segura. Porque hay en la vida de esas cosas que se marean y se caen, que se alejan y se van, y estan las otras que se quedan, que perduran. Y no importa cuanto uno se detenga delante de su cuaderno de tapa dura (era rojo) y chille por lo que piensa y masculle en silencio cada una de las hojas hasta volver el cuaderno de tapa dura a un colibrí que sabe andar solo. No importa el esfuerzo, la desazón, la controversia. Se olvida lo rojo. El cuaderno. Qué dura es la tapa. Cuánto dura el instante.
Y después la reconciliación, la nada, el ser y la levedad, el abismo, la existencia.
Somos un cuaderno de tapa dura (no siempre rojo, no creas) y no se puede escapar de lo cierto.