domingo, 25 de octubre de 2009

De la miopía indisoluble de siempre.

Me distrajo la rapidez de lo humanamente incomprensible.
Y no te ví.
No escuchè el grito ahogado; no entendí la analogía de Dalí.
No te ví.
A las palabras chocando contra el muro, a la mañana amaneciéndome en tu ombligo.
No ví.
En el espejado vientre de las cosas, en la incontenible caricia del añejo.
No.
Y ya fue tarde, y era pronto. Entonces tus trenes y mis muecas.
Y ví.

Reposo de café con leche.

Mentes dilatantes, en onda expansiva, y tus caderas.
No entiendo las cortesías dibujadas, ni tus dientes.
La búsqueda no siempre se sucede con el encuentro.

Mis temores, ya no asustan ni a los pájaros.
Si acaso existieran, te habitarían.
¡Qué quejas chuecas las que pregonan!

Hay regalos de la infancia que se hacen leyenda,
y más cuencos que paciencia.
Lo de menos son las causas.

El destino azaroso, a su debido tiempo,
le daña a la existencia su autonomía.
Corro limpia como agua de estero.

Silencios

Silencios.
La forma más exacta de detenernos.
A tientas la ilusión, semi escrita y los altares ponderados.
Maldichos.
Perversos, maltrechos.
Fricciones en una, dos, tres bocanadas de aire.
Incertidumbre.
Recelo añejado de los dicho, sobre lo callado.
Silencios.