lunes, 18 de abril de 2011

Será que hoy es un día de esos de pintar rayuelas.
Será que no hay más agujeros
y el tiempo no se escurre tanto.

Será que el amor se nos vuelve imbolsillable
y  hay que llevarlo todo afuera
a la vista del mundo, y los noticieros.


Será la mañana desnuda de ayer,
la cólera incontenible de no verte.
Y la culpa de extrañarte, un poco también.

Debió ser la calma que traía tu mano,
los estornudos en gris,
la pólvora en colores.

Evoco tu nombre en silencio
presa de malos entendidos, resigno las voces.
Le suspiro tres canciones
a quien desde hoy despierta mis fantasmas.

sábado, 9 de abril de 2011

Parada en la esquina, por favor.

Él era conocido en el barrio por su capacidad de subir a transportes públicos sin asientos libres y de un solo vistazo identificar al pasajero que se iba a bajar más rápido. No había colectivo, subte, ni tren que se le retobara. El tipo se subía y se paraba exactamente frente al próximo en bajar. No importaba qué tan inmerso en otra cosa estuviera el pasajero en cuestión: una lectura, alguna siesta, una charla con el del asiento de al lado. Él era infalible. La víctima se bajaba en la próxima, siempre, sin excepción, dejándole a él el asiento libre para sentarse, que jamás desaprovechaba, entre miradas infaltables de admiración y odio de sus ex compañeros de parado. De ella mucho no se sabía, la verdad es que se sabía muy poco. Pero a aquello conocido, se lo sabían todos los muchachos. La mayoría lo supo más de una vez, y era bastante común en las tardes de esquina y juegos de cartas que se conversara a cerca de quién se la sabía mejor y cuánto tiempo habían estado sabiendo. Ella sabía que a los demás les gustaba hablar de cuánto ella conocía, y que a las señoras no les caía simpático que sus maridos fueran a buscar sabiduría a otro lado, pero no le importaba lo que se dijera. Caminaba siempre igual de sabia por la vida. Se dice que una tarde en el 26 ella y él subieron en la misma parada, y él tuvo el gesto que nunca antes nadie le había visto. Cuentan que le tiró una posta, de costado y en voz baja “la del sobretodo rojo y la novelita pedorra” y hasta algunos aseguran que acompañó sus palabras con un ademán de la cabeza que indicaba las coordenadas. Ella lo agarró al vuelo, y se paró frente a la señora de lecturas Light quien, por supuesto, cerró la novela y se bajó en la siguiente parada. Desde ese día, él resignó su don y a todos partes fue caminando, para así poder tener más paseos de la mano con ella, cruzando calles angostas. Ella se fue volviendo de a poco una canción más difícil de entonar y así, cada vez, se la iban sabiendo menos.