sábado, 22 de agosto de 2009

Ha llegado el momento de mostrar mis frustraciones.

Ha llegado el momento de mostrar mis frustraciones.
Aquí las arrojo sobre esta mesa:

Un amor que no fue; un trauma con los caballos azabache; un silogismo en las letras de mi nombre que a veces me hace odiarlo; una palabra escondida en el umbral de mis deseos que perdura inmóvil y jamás se atreve a saltar el abismo; el sometimiento de saberme atada, concer el consuelo e ignorarlo; una pluma que jamás escribió lo que esa noche tan claro se presentó y nunca más pude recordar.
Estas son mis frustraciones desparramadas sobre la mesa.

Las observo, las estrecho para que se hagan pequeñitas, las sueño cebollas y más tarde neutrones.
Complotan en mi contra y atacan. Me envuelven, me dominan, son gigantes conocidos que repiten la misma estrofa de un verso que ya recuerdo de memoria y me niego a repetir.
No me convencerán, no harán de mi su reina, no seré quien consienta sus caprichos, no quién les preste el cuerpo para fortalecerse y hacerse piedra, montañas.

Serán ruinas si lo intentan. Serán y comenzarán a no ser hasta que ya no sean nada, y las absorverá la galaxia dónde han de convertirse en amargo recuerdo cuyo final inminenete es formar parte del olvido.
Aquí sobre esta mesa, yacerán mis frustraciones muertas que ahora agonizan por el inesperado impacto.

Serenata a la memoria de un pájaro que ya no canta ni vuela

Revelación astral.
Las estrellas me indican el camino y las esquivo.
Me regalo otra constelación en donde no hay senderos y puedo ver la forma de un gato trepándose a la mesada si observo hacia el Sur.
Me recuerda cuando yo era vacío, y en mi cabían todas las preguntas sin respuesta que le robaron las ninfas al universo.
Luego me fui llenando de impurezas y malos augurios de mortales conformados que se desilusionan y se levantan; del mismo modo en que saborean la pulpa de una naranja, revuelven un café, pasean un perro, conducen un avión...
Serenata a la memoria de un pájaro que ya no canta ni vuela, pero aún se arrastra y eso lo hace vivo y tal vez serpiente, serpiente con alas del pájaro que fue.
Quetzalcoalt de mis desgracias que viene a salvarme de lo inhóspito de vivir sin ideales.
Giro, coronación y ya no hay más chacarera.

Itinerario

Confirmo que la melancolía es líquida cuando me sumerjo. Allí comprendo que no hay colores en la profundidad del propio ser y, aceptando el sofismo, me publico verdad en la nada.

Rescato del océano un islote en donde duermo cuando las olas dibujan arpegios que mecen mi insomnio hasta confundirlo y desmayarlo.

Aplaudo y luego pienso. Podría decir que hay en ello una sutil influencia de Descartes, pero solo si alegara que después voy a existir.

Elevo una plegaria al tótem oculto que guardo en esa cáscara de nuez y amoldo las esferas con las que dibujo el ocaso al contorno de mis caderas.

Transformo lo efímero en estático y lo detengo sobre la nebulosa de tiempo y espacio con el solo fin de sostener una hoja cayendo de un árbol en la mitad justa de su tronco.

Mantengo un sarcasmo erguido sobre la palma de mi mano para soplarlo y que se estremezca. De todos modos cuidaré que no se caiga.

Anoto todas las palabras que se me escaparon en la página de tus cabellos rozando la almohada, la que calla mis falencias y agudiza mis temores.

Te leo a oscuras y descifro los pensamientos que alguna vez me hicieron estatua, estela que deja su rastro y solo eso; o tal vez perfume barato que desaparece a medida que vuelan las calandrias.

Exhalo un suspiro y me regalo una pregunta que no sabré contestar, pero al menos traerá conjeturas al espíritu cuyas respuestas se hallarán debajo de las ruinas de una filosofía que aún no descubrí.

Me vuelvo credencial de acceso, señalador de enciclopedia y espio... pues no pierdo las esperanzas de encontrarme y, con suerte, hasta reconocerme.

Final(idad)

Intentó ser aire y fracasó en el intento. Nunca fue lo suficientemente liviano para dejarse llevar por el viento.

Trató de convertise en arrullo o melodía pero sus oídos habían sido demasiado necios durante toda su vida como para poder recordar ahora una canción.

Labró una trinchera en el recuerdo a fin de convertirse en melancolía, pero la sequía de sus largimales desacostumbrados al llanto le hubiesen restado credibilidad.

Quiso volverse penumbra, hastío; hasta amenazó con convertirse en el espejo de la muerte; pero siempre fue tan cobarde para enfrentarse a lo imprevisible y a lo inevitable que pronto abandonó la idea.

Entonces se hizo agua y se bebió a sí mismo.

Intento surrealista de dudoso resultado II

Yo puedo saberlo todo,
hasta lo que no quiero.
Y dibujarlo...
Pintarlo de rojo en las partes más ardientes
y teñir sus contornos de púrpura cuando haya algo en ello que me desagrade.

Y puedo también regalarte un enero,
y extender mi regalo hasta el próximo diciembre.
Lamer hasta el más mínimo detalle de tu sombra y sin mojarme,
desangrarme lentamente y no morir, solo girar.

Puedo también construirte un sombrero
donde tendrás que guardar las ideas que se te escapan
así ya no te podrás olvidar.

Puedo correr y arrojarme por ese barranco
porque estoy segura que voveré a elevarme cuando lo desee.
Enfriar mi alma hasta que me congele por fuera
y volverme tibia, arder, en el próximo segundo
por observar las cuerdas de un reloj indetenible.

Puedo suspirar y escupir una blasfemia sin temor a que me oigan,
apretar mis dientes en el próximo parpadeo y ya no decir nada...

Puedo estar y ser lo que quiero,
jugar a que soy vos o tal vez a que no soy nada
y perderme en lo abstracto que tienen las palabras que corren.

Asfixiarme los muslos para decir que no estoy
y nadie se dará cuenta,
porque puedo no existir también y eso me encanta.

Puedo levantar mi mano y preguntarte ¿por qué lloras?
deinteresarme por tu respuesta y hacerte reir de todas formas.

Puedo cerrar los ojos y volar alto,
para que nadie me alcance, ni descubra mi secreto...
para que nadie sospeche que no puedo hacer nada.

Me duele el odio.

Me duele el odio.
Justo ahí donde no llegan las palabras y el más lento de los susurros parece acabar con lo fortuito que tiene la penumbra a escondidas.
Me duele el odio justo por debajo de mis rodillas, me insita a caerme, no lo dejo, me levanto, hago fuerza, me sostengo y renazco.
Soy pajaro y ahora luz y me duele otra vez cuando saludo hacia el abismo como queriendolo despedir.
Arreglo lo que queda con retazos de los verbos que se han ido y que alguna vez acostumbré usar, esos que me dejaban cantarle al porvenir sin temor a que se derrumbara.
Es odio y me duele, apreta fuerte en mi garganta y no quiere salir. Esta cómodo, me lastima, me define, me somete, aprieta más fuerte y desafía mis instintos ¿te atrevés? me pregunta y no quiero contestarle.
El miedo se agota en algún momento, deja de ser delicia y se vuelve abstracto, tanto como una cuacharada de éter... se quiere ir, ya no duele, pero temo que regrese y prefiero dejarlo allí, donde ya no es extraño, donde acostumbré a guardarlo.
Y cuando sienta que me duele el odio una vez más, voy a gritar para hacerte desaparecer.

Intento surrealista de dudoso resultado

Me hice melodía solo para arrullarte.
Después te desperté y te ofrecí un poco del contendido de mi frasco.
Ése donde guardo las palabras con la esperanza de que al sacudrilo resurja una idea.

Cuando saludo no sé si vengo o es el comienzo de mi partida.
Hilo conceptos y destruyo la cadena de significantes cuando menos lo esperan.
Pensé que no me ibas a abrir la puerta; afuera llueve mucho y yo empapada del ocaso no sirvo ni para escuchar.

Lo lamento por el día que se fue, pero al instante estoy saludando al que vendrá.
Recuerdos de un verano que fue invierno aunque nadie quiera creerme...
Un punto, una coma y un espejo: La combinación perfecta para el pastel de tu cumpleaños.
La indescencia sofocandome los huesos e incinerando la sien.

Un arpegio se hizo hombre y ahora camina por Corrientes, no lo ven, no lo escuchan. Se materializó para poder pintarme la cara.

El estornudo de una nariz desconocida me recuerda que te habito.

Aceitunas sin relleno y una caricia para mi oso de peluche.

domingo, 16 de agosto de 2009

Verde ciruela inmadura

Siento un misterioso rechazo por las cosas verdes. No es que toda cosa por ser verde ya deja de ser de mi agrado.
Es más bien del modo contrario: La mayoría de las cosas que no me gustan son de ese color.
La lechuga, la rúcula, el apio, las chauchas. Podría creerse también, que en realidad mi rechazo no se canaliza hacia los objetos verdes sino hacia los vegetales.
Pero verdaderamente, prefiero sentirme más naturista, más vegetal, tal vez más cerca del fen shui y la biosfera negando dicha afirmación.
A lo mejor, y como quién no quiere la cosa, declarandome crítica del expresionismo, afirme que el problema lo tengo con la naturaleza muerta.
Sin embargo, creo que aún no es para tanto. A una manzana verde la prefiero frente a una roja, si la tortilla es de acelga la devoro sin tapujos.
Por otro lado, el Increible Hulk nunca fue de mi agrado y no podría clasificarlo dentro de ese género, a menos que consideremos que al papel donde se dibuja se lo extrae de los árboles y que los tintes que lo pintan han de estar hechos por extractos vegetales, pero eso ya es hilar demasiado fino.
Hay cosas verdes que sí me gustan.
Nunca tuve problemas personales con nada de ese color. De las frustraciones de mi vida, no recuerdo una sola que haya sido verde.
Lorca lo quería verde, no pudo equivocarse tanto.
Para Homero Expósito, el yuyo del tango era verde.
El mate es verde y me encanta.
A veces quisiera poder Ver- De lejos, y por eso uso anteojos que solventan un tanto la miopía.
Los chistes verdes, bueno, no me molestan.
Un marcador, soquetes de invierno, moho sobre algún alimento que lleva tiempo gestandose como intragalaxia en la heladera, tapas de discos, cajas de fósforos, gel para el pelo, el botoncito para poner en hora el microondas, iguanas, pastillas para dormir, pastillas para no dormir, pastillas para no necesitar ninguna otra pastilla... Si cualquiera de estas cosas fuera verde, creanme que sería bien recibida por quién ahora escribe pero ya no se acuerda muy bien sobre qué.
Y todo esto para mostrar mi descontento por haber cenado tarta de zapallitos.

Breve Manifiesto Desinteresado

Delimitando los espacios no se llega a ninguna parte.
Marcar con tiza los límites desde antes es la muestra más médica del exceso de cautela, y de la carencia de audacia.
Bailarse los riesgos, sin temores, con los pies medio en la tierra y medio volando.
Con la certeza escrita en el estómago de que la derrota- más que perder- es empezar a conocer por donde no se debe caminar.
Estirar un poco el amor propio, como un chicle que es capaz de armar redes pero para abarcarse y no para atarse.
Soltar de un lado, largarse al otro, tirarse y estirarse y extirparse las náuseas propias del ajetreo existencialista.
Y por último, perdonarse la semántica para poder hablar de ellos y de nosotros como si fuera lo mismo.

Minimalismo

Que de un vuelco se te den vuelta todas las mañanas, pero sin que se haga tarde.

Que vuelvan las Plapas

- ¿Quién es usted señorita?
Y la letra caminadora contestó:
- Soy una Plapla.
- ¿Una Plapla?, preguntó Felipito asustadísimo, ¿qué es eso?
- ¿No acabo de decirte? Una Plapla soy yo.
- Pero la maestra nunca me dijo que existiera una letra llamada Plapla, y mucho menos que caminara por el cuaderno.
- Ahora ya lo sabes. Has escrito una Plapla.
- ¿Y qué hago con la Plapla?
- Mirarla.
- Sí, la estoy mirando pero... ¿y después?
- Después, nada.
"La Plapa" María Elena Walsh



De las muchas formas que hay de mostrar el mundo la de las palabras me parece fascinante.
Los aforísimos, las metáforas, los sinónimos que pueden decir mil veces lo mismo sin que el ojo lo perciba.
Y los diptóngos sabiendose inseparables.
Si hay que reglar el mundo, para eso está la ortografía.
El submundo de adjetivos, eso es otra cosa... no pertenecen a esta dimensión. Subjetivos, sujetados se ponen donde quieren, dicen lo que no se busca, por suerte y por desgracia.
Las palabras esconden sentires que se gritan solos.
Habría que encontrar una forma de decirlas sin abrir la boca.

De las cosas de todos los días (Cuento, su intento.)

Las puertas del subte línea B se abren y los últimos pasajeros que quedan dentro del vehículo descienden en la estación Terminal.
Así se abre el paso a la estampida enardecida de nuevos pasajeros que se apresuran a ingresar en los vagones.
Da la impresión de que las personas se reencuentran con su infancia en este momento; porque parecería que se está presenciando una ceremonia del añorado y tan practicado “juego de la silla” en donde pierde aquel que no logra sentarse.
El episodio transforma el transporte en una selva en donde, como díria Darwin, “sobrevive el más fuerte”. Pero hasta los animales salvajes comparten ciertos códigos éticos que parecen desaparecer en esta práctica humana.
Los que se sentaron respiran aliviados; se aseguraron la comodidad por los póximos diez o quince minutos. Los que quedaron parados rezongan por unos instantes y se resignan, pero siempre con la esperanza de que la persona delante de la que decidieron pararse tenga planeado un viaje más corto que el propio.
Todo se desarrolla con completa normalidad, no hay situaciones que generen tensión. A fin de cuentas, el subte acaba de salir de la primera estación y después de todo no se está tan apretado.
El panorama se modifica cuando el tren se detiene en la siguiente estación. Traspasan la puerta dos personajes que amenazan con destruir la paz que se respira en el ambiente y que de pronto se volvió efímera: Una mujer embarazada y un viejo con bastón entran por la misma puerta.
El hombre tiene suerte, una jovencita que vuelve del colegio se apiada del hombre y a los pocos segundos y luego de una casi imperceptible vacilación le cede su lugar, motivada tal vez por la lentitud de esos pasos que contrastan notablemente con la energía de su movimientos, a lo mejor por el estremecimiento que le causó ese color pálido verdoso que trae en la piel, o quizás porque le recordó a su abuelo. Lo cierto es que el abuelo logra sentarse antes de que el vehículo se ponga en marcha.
Por desgracia, la mujer embarazada no corre la misma suerte. A pesar de que la niña que dará a luz en solamente dos meses le ha hecho crecer la panza lo suficiente como para notarla aún con el abrigo puesto, nadie parece haberse dado cuenta Simultáneamente a la aparición de la dama, varios pasajeros que viajan sentados han experimentado una especia de encantamiento mágico que los ha sumido en un profundo sueño que los duerme al instante.
Otros están tan entretenidos en sus lecturas de viaje que parecen no notar que detrás de esas encuadernaciones existe un mundo.
El subte suena su chicharra reanudando el viaje y nadie cede su asiento a la señora.
Ni siquiera aquellos que están sentados en los lugares contiguos a la puerta, en los asientos reservados para discapacitados y embarazadas cuyo cartel de advertencia parecen estar ocultando adrede detrás de sus cabezas.
De pronto alguien que viene parado se irgue, ve a la mujer, se estira un poco más para cerciorarse de que no se equivoca, se sorprende y se indigna a la vez y finalmente sentencia en voz alta:
- ¡Pero che! ¿Cómo puede ser? Dejen sentar a la señora. ¡Vos pibe! Dejá de hacerte el boludo y parate. – Ordena dirigiéndose al muchacho que se ubica frente a él.
- ¿Por qué no se para aquella?- Contraataca el muchacho señalando con el dedo del Tío Sam a la mujer que está sentada justo de frente a la problemática, embarazada y silenciosa señora que porqué demonios fue a entrar justo por esa puerta habiendo tres por vagón y tantos vagones.
- ¡Y después nos preguntamos porqué el mundo está así! Pendejo maleducado… Y seguro que es drogadicto –Acota una señora mayor que el muchacho pero sin bastones ni embarazos.
-Siempre nos terminamos parando los mismos…– dice la estudiante secundaria que minutos antes viajaba sentada mientras observa al anciano como tratando de no ofenderlo con el comentario, para que no lo sienta un reproche; pero el viejo no parece darse por aludido.
La batalla continúa. El arsenal de guerra son comentarios por lo bajo compartidos con el pasajero de al lado.
De a poco el vagón es un murmullo indescifrable potenciado por réplicas inentendibles para esos mismos murmullos. Nadie parece recordar a la mujer encinta que aún sigue parada y que no participa de la charla.
El subte comienza a aminorar su marcha hasta detenerse completamente.
Los pasajeros continúan discutiendo principios éticos y morales dirigidos al éter y hasta algunas reglas municipales que algún estatuto contempla.
La mujer desciende del vagón, llevándose la criatura pero dejando la discordia.
El anciano ríe y no se sabe por qué.

Naranja

Viejas formas se deforman
Hacen del arte un fantasma
Cuidan sus calles las palomas.

Del cilíndro a la oruga hay siete corredores.

Si apareciera un magnetismo menos sincero
se irían las cosas apiadando de sus nombres para pertenencerles un poco más
Pero que se guarden las nomenclaturas sus áridos retazos
que el algodón habita amigdalas y no la dermis.

Cuanto menos sombreros son, más se notan las cabezas.

El viento acuna tus arrullos
de no sé bien a quién le escribo.
Cuando bailes, que sea sin sentido pero sin dejar de marcar el paso.
Del paso al peso, y de allí al piso. Habrá que preguntar quién lo puso.
Y todo con tal de no tocar, para no caerse al pozo, que no es lo mismo.

Cien caderas matemáticas, haciendo olas.

Profundo el Giro

Abra casa
de gris lava cefálica
y confluencias de cúmulos recuerdos y luzlatido cósmico
casa de alas de noche de rompiente de enlunados espasmos
e hipertensos tantanes de impresencia
casa cábala
cala
abracadabra

O.G


Una comarca de aceitunas diseminadas por tu nombre.
Y en el hueco entre los cuadros de tu camisa que nunca ví, los cuchillos afilados; asesinos de ideas preestablecidas.
Pasarán seis o siete patas de oruga sueltas por delante hasta que pueda empezar a pronunciarte.
Como si todo se tratara de un silbido. Solamente.
Abriremos los paraguas el día que lluevan cangrejos.

Siempre existe la Resistencia

Cautivada, eterna.
En el éter la penumbra y el idilio en convivencia.
Les conviene, nos conviene, ser ateos del amor,
viajar de espaldas al deseo.

Cautivada, eterna.
Lleva brazos en los ojos para abrazar las miradas
que la interesan como espadas
y hacerlas caricias.

Cautivada, eterna.
Se ata de pies y manos para evitarse la huída.
Pero del mismo modo, también preveé la caída,
y las sogas se disfrazan de guirnaldas inofensivas.

Cautivada, eterna.
Supera el tiempo y de las cosas hace espacios
como si cada espacio ya no tuviera cada cosa.
Como si en cada tiempo cabieran menos pregunta que las que hacia
y se calla.

Cautivada, eterna.
Mira firme, sube la guardia.
Pero sin olvidarse que
siempre existe la resistencia.

Entre moléculas

Hay en todos los cuerpos un canto celeste
que sopesa lo inmediato, y lo vuelve absurdo
A lo inoportuno, lo reintegra en conveniencia
y le da otro sentido al mundo.

En lo mínimo se esconden las esencias
y en el reflejo de las cosas, habita lo que toco.
De las muelas de atrás nadie se acuerda
y de los gritos de ayer, tampoco.

No traigas tiempo, que relojes nos sobran.
Perdoná a la humanidad por este rato.
Sacudime los prejuicios y prestame tu sonrisa
que la mia es para el gato.

A lo cotidiano, un poroto.

- Buenas noches, beso.
- Buenas noches, abrazo.

Y así se van a dormir las demostraciones de afecto.

En una de las formas que tiene el amor

Viajan las contradicciones
abarrotadas en lo ínfimo de este espacio
donde te escribo y te describo.
En tus diecisiete letras repetidas,
en tus no sé cuántos lirios por idea.

Hay un chasquear de dientes inocentes
y un crepitar de huesos aún intactos.
Más perturbados los sonidos que lo sórdido;
menos atentas las coincidencias que los reclamos austeros
y el perfume de lo simil siempre flotando.

Arlequines se disfrazan de pretérito, indefinido aún,
y se desagotan, lento y meditado
por cada poro, una semilla regalan
y la vibración parece cierta, dibujada.

Se descalzan los abrazos,
para tocarse en un arpegio de exploración íntima.
Un batiscafo alcanzando el mar hasta el final
que impredecible se soslaya y se disipa
hasta resolverse en vapores.

Anticuerpos

Hay en las cosas tres formas mínimas
después los complementos.

De lo febril y lo fétido no se habla por la mañana.
Habrá tiempo de asquearse y olerse a la tarde.

Mi forma de decir está detenida.
Se suspende y pende en las cosas que acusa,
hacia los nervios que proclama.

Los trazos que altivos ayer me defendían, hoy defenestran.
Es el cuerpo cansado que ya no es mio.

Desde lo ajeno se saludan mis extremidades
extrañándose entre sí,
recordándose de contornos para no desacostumbrarse.

Amar y desamar a veces cuestan lo mismo.

Me acerco a las arañas y poso la lengua en el estanque
para que me muerdan los sapos, claro.
Y si me rasguña un junco, entonces existo.

Habrá mil llaves a mi alcance y ninguna puerta
que es más doloroso que violar cerraduras.
Será el encierro la tortura y el consuelo al mismo tiempo.
Aire y trampa.

Al fin de cuentas, a todos nos gusta estar, aunque sea un rato, allá donde menos nos quieren.

Con la dulzura medio chueca

Vienen cantando
con la dulzura medio chueca;
y el aroma a pinturitas de infante pegado en la ropa.

Me abrazan y me sueltan.
Es un juego sano que le daña
lo pequeño burgués al resto de las figuras.

Que no me encuentren tus tornillos
en este invierno entristecido de olor a naftalina.
Quiero vivir en los pliegues añejos de una tortuga
y sacar a bailar al sol mi saco más gris.

Que te cambie la geografía, si eso te hace reir.
Que te suba la fiebre, y te canten, y te abracen.
Que te salven, a vos igual que a mi.
Con las mismas ganas que respiro, eso deseo.

Instrucciones para estornudar

A Julio, mis disculpas.
(A Julio C. primero, y a Julio anterior a Agosto también
por hacerlo partícipe de esto)



Dadas las circunstancias y los circunscriptos; sumémosle el frío pomposo de las mañanas de Julio; no hay errores, ni exacerbaciones innecesarias al intentar detallar la práctica por excelencia propia del invierno: El estornudo.
A fin de llevar a cabo un estornudo certero y confiable que no admita dudas sobre la veracidad intensa de nuestro resfrío, sería prudente empezar por resfriarse.
Sin ánimos exagerados, ni absurdas pantomimas que simulen la caída de un soldado en pleno campo de batalla, bastará con que adquiera usted un poco de mucosidad (si el tono es verdoso, mucho mejor) que supere lo habitual [Aclaración: la categoría de "lo habitual" es intrínseca al sujeto estornudante y deberá medirse a partir de su experiencia personal e irremplazable].
Es bien visto que una persona pronta a estornudar, lleve algo de aspereza en la nariz y un tinte más bien rojizo que rodee sus fosas nasales [este colorido, no necesariamente debe ser uniforme, puede intensificarse y degradarse dándole a la imagen destellos esfumados. Por una razón estética, o porque es usted más amigo de los logaritmos que del azar, puede también optar por una nariz prolijamente roja. Queda abierto el debate y cerrado el corchete]
La cara que acompaña al engripado en todo este complejo proceso, habrá de persistir tanto antes, como durante y después del acto en cuestión (léase, el estornudo): Ojeras, ligera palidez, extravío en la mirada, alboroto capilar.
Una vez establecidas las bases del hecho, se procederá al inicio de la fase siguiente.
En primer término será útil emitir algún enunciado preferentemente peyorativo de la situación, que de cuenta de la congestión nasal.
El siguiente paso, consistirá en refregarse uno, dos o hasta tres dedos contra la nariz a fin de contener la picazón interna.
Una vez que la incubación estornúdica haya sido gestada, y ya no haya tutía, procederá el sujeto a retirar lentamente la cabeza del eje de su cuerpo, sin separarla del cuello, ni simular un acto de exorcismo.
No. Se trata más bien de un envión, inesperado y bamboleante hacia atrás que se detendrá cuando la persona haya erguido su cuerpo hasta la postura del té inglés [No contamos aquí con imágenes alusivas a dicha postura, pero podrá usted acceder a ella, si observa hacia adentro de cualquier ventana en Inglaterra a las cinco de la tarde. El meñique en alza de la mano que rodea la taza, es completamente innecesario en este procedimiento. Déjelo libre.]
Inmediatamente, deberá iniciarse la mutación facial. Está consiste en imitar el gesto de quien come un limón creyendo que se trata de una naranja y sorprende a su lengua con el resultado.
Achique los ojos, contraiga la nariz, arruge todo lo que pueda ser arrugado desde la frente hasta la pera.
Aquí estamos casi frente al estornudo propiamente dicho, el estornudo al dente.
Luego abra la boca hasta acceder a dimensiones desconocidas.
Devuelva su cabeza desde la postura inglesa (que deberá ser acompañada por la pronunciación de la primera de las vocales) hasta crear un ángulo que le permita verse el ombligo (... chíiiiiiiiis).
Para terminar, ponga cara de recién levantado, simule que no ha pasado nada, pero por dentro prométase ser más estridente la próxima vez.
Acostúmbrese a repetir la acción algunas veces al día, abrígese temprano, pero hágase el favor de no entrar en pánico!!